Deep Web: la cara oculta de la red
Cuando navegamos por la inmensidad de la red a la búsqueda de contenidos que consumir o webs con las que interactuar, esperamos que se trate de un viaje tranquilo y sin sobresaltos.
En ningún momento consideramos que la paz que proporciona el ecosistema digital vaya a verse alterada por elementos extraños.
A excepción de algunas amenazas típicas como los malwares o spywares, que pueden ser atajadas rápidamente con un buen software para antivirus, Internet aparenta ser un mar de tranquilidad.
No obstante, bajo esa calma simulada se oculta un oscuro entramado de direcciones no accesibles desde buscadores convencionales, ocultas para internautas profanos:Hablamos de la Deep Web o Internet profunda por su traducción a nuestro idioma.
Sus orígenes se remontan al propio nacimiento de los buscadores y a la incapacidad técnica de estos para garantizar la entrada de los navegantes a todas las direcciones existentes.
Las páginas que no lograron ser indexadas mediante los browsers acabaron sepultadas por la llamada Clearnet, término con el que se referencia al grueso de webs a las que podemos acceder por procedimientos normales.
Bajo la red cotidiana, se encuentra este peculiar submundo, que resulta ser 400 o 500 veces más extenso que la primera.
Desde vastas bibliotecas en línea, hasta portales de información alternativos e incluso grupos anarquistas subversivos, el usuario promedio puede encontrar todo tipo de material en la Deep Web.
Sin embargo y debido al anonimato que esta proporciona, la Internet profunda se hizo famosa también por tratarse de un punto de reunión habitual para delincuentes, traficantes de drogas, armas y material pedófilo.
No en vano, en los últimos años los servicios de policía internacionales han ejecutado numerosas macro-operaciones como el caso Blackwrist, que se saldó con la detención de casi una decena de usuarios que compartían contenido sexual de infantes.
Esta porción dedicada a la ilegalidad constituye sin embargo un escaso 1% del total de la Deep Web que se encuentra además bajo la férrea vigilancia de las comunidades hackers.
En esta peculiar isla digital coexisten y se solapan un sinfín de espacios y subculturas sobre las que, si bien se han vertido ríos de tinta mitificándolos hasta el extremo, podría tratarse de uno de esos casos en los que la realidad supera a la ficción.