La Generación del 50 despide a Caballero Bonald, el ‘penúltimo’ del grupo
José Manuel Caballero Bonald fallecía este domingo a los 94 años de edad. Era uno de los últimos escritores de la Generación del 50, de aquellos niños de la guerra que combinaron la escritura social con la apuesta infinita por la belleza poética del lenguaje.
Fueron los niños de la guerra, la llamada Generación del 50. Escritores que nacieron en los años 20 y cuyos escritos vieron la luz en los años 50. Vivieron, aunque no siempre en sus carnes, el hambre y la miseria de la posguerra, aunque de la contienda más que bombas y llantos lo que recuerden es lo que les arrebató para siempre: la infancia. Y es por ello que en sus textos ya no abordan tanto la guerra civil española, sino que se centran en sus consecuencias.
Sin embargo la mirada de este grupo de poetas es solo la de una parte de estos niños de la guerra. Y es que en su mayoría, los escritores de la Generación del 50 procedían de familias burguesas y habían logrado acceder a la universidad. Eran cultos, inteligentes, estudiosos, pero también se sentían en cierta manera culpables de representar a la parte más favorecida de una generación marcada por la tristeza y las derrotas.
El poeta Gil de Biedma, que perteneció a estos grupo de escritores, la describió como “un grupo de señoritos de nacimiento, pero que por su mala conciencia, escribían poesía social”. Y es que la reflexión, en un tono intimista, es la principal caractserística de todos sus escritores, tanto en poesía como en narrativa. La España destruida que dejó la guerra vista al mismo tiempo desde la belleza del lenguaje. No en vano es una generación muy amante de los recursos literarios y de una estética del arte muy marcada. Son al mismo tiempo un baluarte reivindicativo y un espacio para detenerte a observar la belleza.
Es como si a la vez huyeran del clasicismo de Garcilaso y quisieran mantenerlo a flote a través de la elegancia del lenguaje. Al fin y al cabo son los herederos de la mucho más famosa Generación del 98, pero bajo la premisa de adentrarse en la guerra con la mirada de los niños que fueron.
Juan Goytisolo, Juan Marsé, Ignacio Aldecoa, Juan García hortelano, Carmen Laforet, Carmen Martín Gaite o Francisco Umbral fueron algunos de los escritores más destacados de esta amplia generación, entre los novelistas. A los que se le suman figuras como Carlos Barral, Antonio Gamoneda, Félix Grande, Claudio Rodríguez o Julia Uceda, entre los poetas. Josefina Aldecoa o Rafael Sánchez Ferlosio serían algunos ensayistas reseñables y Francisco Nieva o Alfonso Sastre, algunos de los dramaturgos. Son solo algunos nombres entre los muchos escritores y escritoras que pertenecieron a esta generación que ayer perdió a uno de sus últimos miembros, José Manuel Caballero Bonald.
Este domingo, 9 de mayo, moría a los 94 años José Manuel Caballero Bonald, el penúltimo de la Generación del 50, un escritor en el que su prurita utilización del lenguaje, cercano incluso al barroquismo, era su mayor seña de identidad. “Nunca serás ya el mismo que una vez / convivió con los dioses. / Tiempo / de benévolas puertas entornadas, / de hospitalarios cuerpos, de excitantes / travesías fluviales y de fabulaciones”, dice en su poema 'Fábula' este creador de palabras, amante de la exquisitez en el lenguaje tanto como de la rebeldía en la vida.
Caballero Bonald estudió Filosfía y Letras en la Universidad de Sevilla y ya desde esa temprana etapa estuvo muy vinculado a los movimientos sociales, tanto acercándose al comunismo como después a la Junta Democrática tras la muerte del dictador Franco.
Natural de Jerez, siempre fue rebelde e insumiso, estudioso ávido, buscador con alma de marinero. Logró el Premio Cervantes en 2012 y en su discurso agradeció el arropo de los amigos, pero también la influencia de los clásicos: «Falta la vida, asiste lo vivido», dijo Quevedo en un soneto eminente. Y eso es lo que me repito mientras recurro a esta evocación justiciera. Y mientras procuro sobrellevar la turbadora experiencia de hablar en una cátedra de la que irradió el magisterio del humanismo español, y desde la que se instruyó a algunos de los grandes ingenios de los siglos de oro”.
En definitiva, una de las últimas voces que nos quedaban de aquellos que fueron testigos de un tiempo ya lejano, pero al mismo tiempo tan presente. Un poeta que más que centrarse en el qué lo hacía en el cómo dandole siempre a la belleza, que tanta falta nos hace, su espacio.