Por un lado, las propias de esta fiesta pagana, que se ha vuelto a colar en la Cuaresma entre cuplés y pasodobles. Alguna de esas coplillas podría cantar y contar por qué es obligatorio respetar todas las religiones (¡cómo no!) menos una, porque esa “da igual”. En fin, nada nuevo a este lado del Estrecho.

Por otro lado, las emociones provocadas en un Día Internacional de la Mujer politizado, manido, casposo a izquierda y derecha y saturado. Hasta tal punto, que la cantidad de reconocimientos entregados a distintas féminas llevó a frases lapidarias en redes sociales como la del genial compañero de otro medio, de cuyo nombre nos acordaremos siempre, que decía: “Cádiz, tacita de plata... Ceuta, tacita de placa”. El “Día de la mujer” debería ser todos los días, pero de verdad.

Por si fuera poco, por si no hubiera suficientes sobresaltos emocionales, nos sorprenden gratamente nuestros políticos afirmando que han aprendido, que saben que el mundo ha dado un giro brutal y buscan de manera contundente “caras nuevas”, afirmando que sólo estarán los mejores. El anuncio ha provocado taquicardias a dos bandas, la de los que no estarán y la de los posibles candidatos/as. Que los corazones latan por Ceuta, eso es lo único que quieren los ciudadanos.