Mi nombre es Connery, Sean Connery
El escocés logró hacerse con un premio Oscar a mejor actor en 1988 por Los intocables de Elliot Ness.
El pasado sábado 31 de octubre, se extinguió la llama de uno de los últimos galanes del cine contemporáneo: Sean Connery fallecía en su residencia de las Bahamas a los 90 años de edad, dejando tras de sí una fulgurante y dilatada carrera en el medio cinematográfico.
Su esposa, la pintora francesa Micheline Roequebrune confirmó en los días posteriores que el motivo de su deceso fue la avanzada demencia que el actor padecía.
«Al menos murió mientras dormía y se fue tranquilo. Estuve con él todo el tiempo y simplemente se apagó. Es lo que él quería» declaró la artista.
Nacido en el seno de una humilde familia católica de inmigrantes irlandeses, Connery se crio en los suburbios de su amada Edimburgo, Escocia.
Compaginó la educación básica con distintos y muy variados oficios hasta que, a los 13 años de edad, abandonó los estudios para centrarse exclusivamente en el terreno laboral.
El poco tiempo libre del que disponía lo invertía en cultivarse intelectual y físicamente. Prueba de ello es el porte atlético que posteriormente luciría como agente Bond en los films de 007.
Ejerciendo como modelo para la Facultad de Artes de Edimburgo y desempeñándose en pequeñas representaciones locales, comenzó a interesarse aún más por el teatro en los años 50.
Fue gracias a su constancia y espíritu incansable que logró un papel en el conocido musical de Broadway South Pacific, donde interpretó el papel del teniente Adams.
Un encuentro fortuito y revelador con el actor norteamericano Robert Henderson (Sucesos en la 4ª Fase) le hará plantearse su profesionalización en el campo de la actuación: este hecho marcaría sin duda alguna el nacimiento de una estrella.
Tras algunos papeles menores en producciones televisivas, su nombre llegó a oídos del productor cinematográfico Cubby Broccoli, quien le abrió la puerta para interpretar a James Bond en la franquicia homónima.
La encarnación carismática y electrizante que Connery realizó en seis ocasiones del agente 007 convirtió al espía británico del novelista Ian Fleming en todo un icono de la cultura popular.
Trató de desencasillarse ampliando su registro actoral y por ello lo pudimos ver posteriormente en papeles tan variopintos como el del sagaz Guillermo de Baskerville en El nombre de la rosa (1986) junto a un jovencísimo Christian Slater.
A esta se le sumaría su imprescindible presencia en Los intocables de Elliot Ness como el duro pero afable policía Jim Malone, papel con el que logró el Óscar al mejor actor de reparto en 1988.
Por sus orígenes modestos e irrefrenable sinceridad, jamás fue capaz de compartir los principios que regían a la industria hollywoodiense, lo que le hizo ser siempre un verso suelto dentro de la escena actoral.
Connery no sólo logró alzarse como un genio de la interpretación, sino que además fue todo un referente para todos aquellos que, no teniendo más que su voluntad y coraje, aspiraron y aspiran a labrarse un hueco en esta noble disciplina.