Ryszard Kapuscinski - un cronista de principios
La forma que Kapuscinski tenía de hacer periodismo cosechó un sinfín de adeptos por su narración de la realidad a través de una mirada popular.
García Márquez a menudo usaba el respetuoso apelativo de «maestro» para referirse a aquel periodista polaco que, desde una mirada humanista, arrojó luz sobre el convulso desarrollo del siglo XX.
No es de extrañar que el más señero representante del realismo mágico latinoamericano se refiriera Ryszard Kapusczinski (Pisk, 1932 – Varsovia, 2007) en tan honorables términos: ambos eran relatores de una historia construida mediante la entrañable óptica de la cotidianidad.
El periodismo literario de este imprescindible reportero se acercaba a una suerte de retrato intimista de hechos históricos filtrados a través de la perspectiva de lo ordinario.
Y es que nacer en la Polonia de posguerra marcó de un modo indefectible su visión de la sociedad, obligándole a buscar lo hermoso en medio de la barbarie bélica y política.
Así fue cómo Kapuscinski comenzó a involucrarse en cubrir la historia desde aquellas coordenadas que el filósofo martinico Frantz Fannon legó en la obra Los condenados de la tierra (1961): Su labor sería la de devolver la importancia que tenía el testimonio de la mujer y hombre de a pie, de los desheredados y sufridos en aras de la narración de un hecho noticiable.
Desde el mismo momento en que Kapuscinski pisó por vez primera tierra africana a los 25 años como corresponsal, tuvo claro que necesitaba sentir y respirar los acontecimientos que luego daría a conocer.
Es por ello que su reconstrucción de la realidad obedecería también a una interdisciplinariedad que abarcaría campos tan amplios como el de la geopolítica, economía, sociología, etc.
Gracias a ello pudo ofrecer la aproximación más cercana hasta la fecha de los procesos descolonizadores de África, de la caída de dictaduras como la del monarca Haile Selassie en Etiopía o el ascenso del ayatola Jomeini en Irán.
Todo esto quedaría ampliamente recogido en voluminosas obras como El emperador (1978), El shah (1982) o Ébano (1998) entre muchas otras crónicas que serían tomadas como referencia por estudiantes de periodismo de todos los rincones del mundo.
En nuestro país, Kapuscinski fue premiado en el año 2003 con el Premio Príncipe de Asturias a la Comunicación «por su coincidente preocupación por los sectores más desfavorecidos y por su independencia frente a presiones de todo signo».
En un momento en el que el sensacionalismo enfanga la maquinaria periodística, merece la pena recordar a figuras como las de este polaco que, en su buen hacer, dignificó una profesión con su ejemplo ético y compromiso profesional.