Retrato y compromiso con la realidad de «Clarín»
El autor zamorano se convirtió, junto a novelistas como Galdós o Vicente Blasco Ibáñez en uno de los más importantes representantes del Naturalismo literario en nuestro país.
En la figura de Leopoldo Alas «Clarín» (Zamora, 1852 – Oviedo, 1901) confluyen dos de las más poderosas tendencias intelectuales de una época: por un lado, ese particular espíritu de erudición que el krausismo insufló en la academia española a través de toda una generación de intelectuales.
Por otro, la necesidad de explicar y analizar ciertas parcelas de la realidad a través del horizonte de cambio que la prosa realista y naturalista de antaño albergaba. Autores como Emile Zola y Gustave Flaubert en Europa o Galdós y Blasco Ibáñez desde nuestro país supusieron la transición a una época en la que en la literatura comenzaba a generalizarse el tratamiento de ciertos espacios y preocupaciones comunes.
Por motivos como estos y por su inquietud política –venida a más por la influencia d su padre, quien se desempeñó como gobernador civil de Zamora–, Leopoldo Alas pronto se vio frecuentando determinados círculos políticos de la órbita progresista para, finalmente, acabar involucrándose en la famosa «Revolución de la Gloriosa» de 1868, que acabó en fracaso.
La trayectoria del autor constituía un claro ejemplo de versatilidad literaria que trascendería la crítica cultural que tanto cultivaba, haciéndose especialmente conocido por Solos de Clarín (1881), La literatura en 1881 (1882), Sermón perdido (1885) o Folletos literarios (1886-91).
«Clarín» también destacaría por otros géneros que comprenderían el cuento, la novela, e incluso, el ensayo, el periodismo e incluso la literatura política.
Fue precisamente una de sus sátiras la que truncaría las expectativas laborales del autor quien, tras haber estudiado derecho en la capital madrileña y haber tratado de optar a unas oposiciones de catedrático en la Universidad de Salamanca, acabó defenestrado por voluntad del ministro de fomento Francisco Queipo de Llano, a quien le dedicó una sardónica crítica.
No obstante, esto no detuvo al autor de continuar cultivando la invectiva periodística en espacios editoriales como «Solfeo», «Rabugás», «La Unión» de orientación republicana y liberal mientras residía en Madrid.
Tras aquella primera traba, el autor se vio obligado a replantear su futuro y, finalmente, optó por opositar para catedrático de derecho romano en la Universidad de Oviedo.
Allí, sería donde comenzaría poco a poco a inclinarse por nuevos géneros, entretejiendo el paisaje ovetense autóctono con su obra a la par que se entrometía en la vida política de la región
Relatos de corte fantástico como La Mosca Sabia (1880) o el Diablo en Semana Santa (1881) contrastaban enormemente con la prosa realista que posteriormente se trabajaría en novelas como La Desheredada (1881), de su amigo y rival Benito Pérez Galdós o la que por muchos es considerados la obra maestra del zamorano: La Regenta (1884).
Esta última funciona como una crítica a los convencionalismos y a la idiosincrasia del entorno típico rural y opresivo que se respiraba en los pueblos del siglo XIX.
La Regenta narra las vivencias de Ana Azores, cuya tranquila pero insatisfecha vida se vería más pronto que tarde abocada a un triángulo amoroso del que serían partícipes Álvaro Mesía, el Don Juan del pueblo y Fermín de Pas, el párroco local.
Cualquiera de las opciones se le presentan como una perdición y, a través de un amalgama de temas que van desde la familia, la religión, la política, la postura de la mujer, etc., el lector asiste al más vibrante relato de «Clarín».
Después de esta pieza vital en su bibliografía, publicó Su Único Hijo (1890), novela que si bien no trataría la amplitud temática vista en La Regenta, funcionaría como una obra de gran importancia en la trayectoria de su autor.
El texto sin embargo no gozó de buena crítica en la época de su publicación por su difícil encasillamiento a un género, tildándosela de representar «los peores vicios del Naturalismo».
Su Único Hijo relataría la compleja relación amorosa de la pareja conformada por Bonifacio Reyes y su esposa Emma Valcárcel que acaba en un doble adulterio.
Tras sus novelas, «Clarín» volvería a inclinarse por el relato breve con El Señor y lo Demás son Cuentos y Cuentos Morales (1896) junto a la poco exitosa obra dramatúrgica Teresa (1895).
Estos últimos textos firmarían su despedida, falleciendo en 1901 víctima de una tuberculosis estomacal. Aun así su obra, extensa y exitosa a partes iguales, se acabaría significando en la historia literaria de España como una de las más importantes en lo que a exquisitez prosaica y retrato naturalista de la sociedad se refiere.