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Kafka para nuestro tiempo
Franz Kafka fue, desde su niñez, un individuo de salud delicada, extrema sensibilidad y carácter introspectivo.
Nacer en la Praga de 1883 determinó su particular forma de ser de un modo inimaginable. Aun habiendo desarrollado la constante necesidad de conocer parajes remotos y países lejanos –aspiraciones que quedarían recogidas en muchos de sus textos más personales–, la capital checa atrapó desde el principio al autor entre sus mágicas garras.
De esta forma y a pesar de que realizaría ciertos viajes al extranjero durante su vida, la existencia del autor se desarrollará principalmente entre las callejuelas de su ciudad natal, frecuentando siempre los mismos círculos de amistades y abocando su ya de por sí patente timidez a la soledad más absoluta.
Tras haberse graduado de bachillerato en 1901, fue obligado por imposición paterna a estudiar la carrera de derecho, suceso que enturbió aún más la ya de por sí debilitada relación entre ambos.
A su progenitor, Hermann Kafka, le dedicaría gran parte de su apasionante producción epistolar, publicada póstumamente bajo el título Cartas al Padre (1952).
En estas se revelaría que mucho del odio que el escritor se auto-profesaba venía infundido por las inseguridades que su padre había cultivado con tanta vehemencia al no cumplir con el plan que le tenía reservado.
Por otro lado, su vocación por la crítica y la queja generalizada hacia los males de las sociedades industriales –así como a la destrucción que estas ejercían sobre la identidad del individuo– fue un tópico constante en la mayor parte de su obra.
Desde La metamorfosis (1915), una de sus primeras publicaciones hasta El proceso (1927) se percibe en Kafka esa tendencia al inconformismo y a la protesta que llevó a cabo hasta sus últimas consecuencias.
Sin embargo y además de cultivar el formato novela y relato de tintes modernistas, Max Brod, editor e íntimo amigo del prolífico escritor dio a conocer al mundo gran parte de su hermosa correspondencia amorosa, dedicada a 3 de las mujeres a las que Kafka había querido en vida: su prometida Felice Bauer, Grete Bloch y la periodista Milena Jesenská.
Como consecuencia de sus numerosos complejos, desconfianza y timidez ninguna de sus relaciones llegaría a buen puerto.
En su lugar, se volcó en cuerpo y alma a explotar la única vía de escape que le garantizaba mantenerse a salvo de una realidad que le afligía.
La pluma se hizo uno con él hasta su prematura muerte en 1924 a causa de la tuberculosis. Antes del trágico fallecimiento, le pidió a Brod que destruyera por él todos sus escritos y, afortunadamente, el editor desobedeció su última voluntad: Con ellos, se habría perdido la inmensa calidad de literaria de uno de los escritores más enigmáticos de los últimos 100 años.