‘Halloween: El final’, la cosa se pone seria
Fuente: 35milimetros.es
Es ostensible la dificultad de la crítica para considerar al cine de terror de primera categoría, aunque es cierto que con el subgénero slasher el reconocimiento es injustamente menor. Pero obviando la subjetividad ajena sobre el tema y, con el permiso de Ghostface, ya que en cada entrega una identidad diferente se esconde tras su máscara, lo importante está en la impronta que dejan los siguientes asesinos más icónicos: Leatherface, Freddy Krueger, Jason Voorhees y Michael Myers. Cada uno de ellos, de imposible placaje, han sido colocados en las estanterías de los videoclubs dispuestos a captar la atención del fan más devoto.
Conocimos a Myers por primera vez en La noche de Halloween en 1978 gracias a un John Carpenter en plena forma, computando hasta a día de hoy un total de trece películas sobre este enigmático asesino de caminar lento, máscara inexpresiva y cuchillo de dimensiones considerables. Sin embargo, si nos ceñimos a la nueva línea temporal, tenemos que ir hasta 2018. En aquel año se estrenó una secuela directa de la original (tocayas en título) que consiguió dejar de lado a todas las anteriores para recuperar a una Jamie Lee Curtis sedienta de una venganza muy personal que continuó en 2021 en Halloween Kills y que supuestamente piensa dejar este año en Halloween: El final. Los tres films están dirigidos por un David Gordon Green que mejora técnicamente la calidad de sus predecesoras, pero que se toma el contexto de la noche del 31 de octubre, a veces, demasiado en serio.
La nostalgia es un lugar fácil donde perderse y, aunque Gordon Green intente huir de ella, está presente en la actual mirada hacia el pasado que se realiza para construir nuevas sagas. Tema que debaten audazmente los sospechosos de Scream 5 (2022) en una de sus escenas clave. Porque, ¿cómo se puede innovar sin defraudar a los adeptos de un género tan solicitado? Y la respuesta está filmada en uno de los giros argumentales más importantes de esta última entrega.
Sin desvelar mucho sobre la trama, la historia comienza con un prólogo que deja al espectador sin aliento. Tanto técnica, como narrativamente hablando, los primeros minutos están en el pináculo de las mejores escenas del cine de terror con unos títulos de crédito y una banda sonora que harán saltar del asiento a los fans de la serie B. Y el factor sorpresa entra gracias al personaje de Corey Cunningham, un joven medroso y pusilánime que sufre el acoso de algunos habitantes de Haddonfield (la mayoría de ellos dan vergüenza ajena) y que encuentra un gran apoyo en Laurie Strode y el amor y la comprensión en Allyson Nelson. Respectivamente el trío protagonista destaca especialmente por las interpretaciones de Rohan Campbell y Jamie Lee Curtis, siendo el papel de Andi Matichak el más plano en todos los aspectos.
En la primera parte el espectador podrá llegar a sentirse hasta engañado por la falta de esa esencia tan mortífera que se va fraguando días antes de la noche de Halloween y por la tardía aparición de un Mike Myers que parece haber perdido la fuerza de la juventud. No obstante, no podemos olvidar que director, productores y guionistas han estado hilando ese giro argumental para llevar el relato hacia parajes poco explorados de la misma manera que dicho desarrollo irá perdiendo interés, no por el arrojo de su propuesta, sino por la lentitud innecesaria de esta. Una pena, porque una dedicación cuidada e incisiva del texto haría de Halloween: El final un justo retrato intimista de una cuestión olvidada durante décadas.
Y ya que aquí se viene a jugar, la creatividad y la puesta en escena de los asesinatos carecen de ese cariz tan genuinamente ígneo que caracteriza al subgénero, echando también en falta algunos planos fijos y abiertos en donde la presencia de Myers conseguía helar la sangre debido el estoicismo que provocaba su presencia.
En cambio, por si algún espectador no llegara a sentir la necesidad de profundizar en la psique de un asesino, Gordon Green se guarda un as debajo de la manga que se transforma en un festival de gore y diversión (ojo con la oreja sobre el tocadiscos) en un acto final sin piedad alguna en el que nada es lo que parece, porque como se manifestaría en 1978:
—Es Halloween, todo el mundo tiene derecho a un buen susto.