El príncipe legionario
¿Por qué lo hizo? A nadie le importa. El hecho, es que un buen día, (no recuerdo la fecha), se personó en la Oficinas del Tercio un muchacho forzudo y recio, de labios gruesos, de piel negra y brillante, como ala de cuervo y mirada soñadora. Dio un nombre supuesto, pseudónimo, cubrió su rizada cabellera con el gorro de La Legión y el príncipe pasó de su alta jerarquía a la de Caballero Legionario.
Ocultando su condición, vivía entre sus compañeros, era un legionario más que quería tener por guía y ruta el valor, por divisa el sacrificio. Magnate, pebleyo o burgués, todos son iguales ante el heroísmo.
¿Un amor contrariado?
Los muros del palacio guardan el secreto. Su alteza Imperial el principe de Shervington, soñaba que una noche abría la puerta del palacio imperial y se alistaba en el ejército norteamericano, que se batía contra los teutones en campos de Francia. La grandeza heredera, parecía ser acicate que le obligara a ser arriesgado vástago de una nueva falange heróica. Para los espíritu mezquinos, para los cobardes, el abolengo, las herencias del dinero, o de las jerarquías, son cargas demasiado pesadas para que la personalidad destaque y adquiera valor propio; son fuertes grilletes, que esposan y obstruyen la personalidad.
El príncipe luchó, se batió como los bravos en la gran guerra. Un rostro de mujer le sonreía, El príncipe poeta y soñador, en la tierra de nadie, como fantasma lucha y vence. ¿Venció el amor ?, ¿amaba a la muerte ?, ¿heredó de su abuelo, Menelik II, el temerario arrojo y el desprecio a la vida? Sí, el joven legionario de ébano amaba la muerte. Su Alteza Imperial, más que un trono, ambicionaba un corazón. Logró destacar por su simpatía, tanto como por su valor y arrojo, siendo muy difícil destacar por bravura en el Tercio. Los ojos de camaradas fijos en el que soñaba en voz alta con grandezas de Reyes, de los que le creyeron un pobre sonámbulo, un pobre loco quizás, cuando soñaba con los ojos abiertos, un... ¿quién sabe?. Todo, menos un príncipe real y verdadero.
Un buen día, al regresar de un servicio de guerra, el legionario negro y soñador, es llamado por su jefe, ¿con qué nombre ? con el de "Su Alteza Imperial el Principe de Shervington". Ante la mirada atónita de sus camaradas, el legionario de ébano responde: "¡Presente!. El estupor, el asombro, se expande por las filas, todos creen que el sueño "del negro" continúa. En el campamento de La Legión, todos sueñan con tronos; un legionario príncipe por su sangre y sus hechos, hace que sus almas vuelen a las alturas. Incluso un pobre loco, un vesánico viejo, del alcohol victima, dijo sentencioso: "dejad paso al Zar, yo soy el Zar resucitado por Máximo Goki", estirándose y adoptando un aire mayestático.
Llegó la orden del licenciamiento a la Bandera. La Emperatriz Zaodita de Etiopía, reclamó por vía diplomática al heredero del trono de Abisinia. El heredero del trono de Abisinia, el prícipe incognito cantaba en este día a coro con los legionarios amigos.
Soy valiente y leal legionario,
soy soldado de brava Legión.
Pesa en mi alma doliente calvario.
que en el fuego busca redención
Días más tarde, como blanca gaviota, el alma blanca de éste príncipe negro, volaba rauda y sus ojos expresaban felicidad de un ideal logrado. Un buque inglés, conduce a su país al futuro Emperador de Abisinia. El legionario viejo y leal amigo, sonríe con mueca de loco y con gritos sordos, con sonidos que parten el alma, con frases guturales que nos hacen estremecer, y afirma: "¡Alteza! Tu volverás a visitarnos, La Legión es la cuna de la nobleza. Yo un Aar destronado, te espero".
Los pronóstico del viejo del viejo loco se cumplieron. El Príncipe de Abisinia, que sirvió como legionario, ocultando su alta alcurnia y condición, va a visitar a sus antiguos compañeros y como pertenece a un Estado reconocido se le tributaron honores reales.
A aquel legionario que creyó ser Zar, pudo parecerle poco y gritaba en su delirio alcohólico y arrastrando las erres: "¡Yo soy el Zar, yo puedo tutearte, príncipe de Abisinia, yo soy el Zar!".