Nuestro Aute
Luis Eduardo Aute, uno de los más reputados cantautores españoles falleció este pasado 4 de abril a la edad de 76 años en Madrid como consecuencia de un derrame cerebral. El artista había venido padeciendo un delicado estado de salud tras el infarto que sufrió en 2016 y cuyas secuelas arrastraba desde entonces. En su figura queda recogido el testimonio de la naciente España democrática, en un período sumamente convulso en términos políticos pero de reverdecimiento en lo que a las artes respecta. Junto a Joaquín Sabina y Joan Manuel Serrat, integró las filas de esa inconformista generación de músicos que ofrecieron una visión mucho más profunda e intimista de la realidad de entonces. Nacido en Manila en 1943, la vocación por una existencia dedicada a las artes empezó a despuntar desde su más tierna infancia. Compaginó los estudios en el Colegio de La Salle en Madrid con este afán creador que manifestó a través de la pintura y el cine a muy temprana edad.
Tal fue el desarrollo de ese genio que a los 16 años ya había llevado a cabo una exposición de sus obras en la capital española. No obstante y a pesar del talento que destilaba en todos los ámbitos donde probó fortuna, fue a raíz de que su padre Gumersindo le regaló una guitarra que se forja la faceta del Aute compositor que hoy día se conoce. Tras viajar a París y ser influido por el maremoto intelectual que entrañaba la ciudad de la luz, tomó contacto con Jacques Brel y Georges Moustaki, vitales en su posterior devenir como músico de renombre. Tras breves apariciones en programas musicales televisivos, lanzaría «Diálogos de Rodrigo y Gimena» (1966), su álbum debut, que se constituyó un intento de allanar el pedregoso camino a la fama erigido frente a él. Para ello, no dudó en versionar conocidos temas del momento como «Rosas en el Mar», de Massiel, al que aportó un soplo de aire fresco a través de su atrapante y melódica voz.
En los años subsiguientes aparecerían «24 Canciones Breves» (1968), reeditado durante los 70 con el fin de llegar al gran público. La amistad con el cubano Silvio Rodríguez jugó además un papel fundamental en esta década de cara a la consolidación de su genuino estilo. Posteriormente vendrían «Albanta» (1978) y «Alma» (1980), los álbumes que lograrían convertirle en un verdadero fenómeno de masas bajo una coyuntura en la que la canción de autor iniciaba su declive. Siempre a contracorriente y con letras cargadas de dulzura e ironía, la música patria ha perdido de uno de sus hijos predilectos.