Kurt Eisner y su lucha por la paz
Los distintos rostros de este genuino intelectual le harían un hombre querido y respetado tanto por sus amigos como por sus rivales.
La consecución de la paz en su sentido más estricto ha sido una de las causas que más adeptos ha logrado desde que los conflictos –ya sean estos bélicos, étnicos, religiosos o de cualquier otro tipo– se convirtieran en un hecho cuasi-cotidiano para la mayor parte de la población mundial.
Ejemplos como los de Mahatma Ghandi o el pastor Martin Luther King, cuyos nombres y compromiso por una sociedad donde la concordia sea un hecho glosan hoy la historia, quedan a la vista de todos aquellos que suscriben tan justo ideal.
Sin embargo, del mismo modo se dan casos cuya trascendencia no acaparan las primeras páginas de los libros de texto pero que igualmente supusieron un gran aporte para la realización de un lugar mejor: ese el caso de Kurt Eisner, escritor y militante pacifista judeo-alemán.
Este pintoresco periodista nació en el seno de una familia medio-acomodada de comerciantes durante la primavera de 1867 en Berlín.
Después de haber manifestado en su niñez y adolescencia una evidente inclinación por la lectura y, particularmente, la poesía –la cual además cultivará durante toda su vida– cursará la carrera de Filosofía y Letras en la Universidad de Marburgo.
Tras graduarse, se entregará a la escritura de distintos ensayos, destacando Friedrich Nietzsche y el Apóstol del Futuro (1892), sobre la obra del conocido pensador prusiano.
Paralelamente, realizará la labor de editor y redactor de crítica cultural en el periódico Der Volkstaat, órgano oficial del Partido Socialdemócrata Alemán en el cual había ingresado años antes.
Pronto se hizo un nombre como político honrado, extremadamente popular y de tendencias progresistas y anti-militaristas, ganándose incluso los respetos del importante sociólogo Max Weber.
Con el estallido de la 1era Guerra Mundial, junto a otros dirigentes criticó ávidamente el papel de Alemania desde que se dio a conocer las implicaciones en esta del por entonces emperador Guillermo II.
La actitud belicista de su propio país así como el apoyo dado por la mayoría de los socialdemócratas a aquel cruento conflicto internacional le hizo romper con el partido y fundar con correligionarios suyos la Organización Socialdemócrata Independiente, contraria a aquella funesta guerra que se había cobrado ya demasiadas vidas.
En pos de la paz, participará en numerosas concentraciones y huelgas que le costará algunos meses en la cárcel.
No obstante, tras un arduo trabajo y contando con el respaldo de las capas sociales más humildes, logra hacerse con la presidencia del estado de Baviera, donde asesorado por otros intelectuales como el historiador Wilhem Herzog o Felix Fechenbach, convierte Múnich en uno de los focos culturales más importantes de la Alemania de principios de siglo.
No desistirá en su lucha contra las tropelías cometidas en la 1ª Guerra Mundial y denunciará en la Conferencia Internacional de Partidos Socialistas las constantes masacres que se sucedieron en el campo de batalla, cosechando con su ponencia una ovación sin precedentes.
De igual forma tratará de negociar con el ministro francés Georges Clemenceau el final de la gesta.
Sería ya en 1919 que, finalizada la pugna, Eisner se dirigía hacia el parlamento para anunciar el fin de su mandato cuando un estudiante ultra-nacionalista salió a su paso y ejecutó dos certeros disparos contra el aún presidente, quien moriría en el acto.
Durante los días posteriores, Múnich se vistió de luto por el fallecimiento de uno de las figuras más honorables que había dado el país.
El 26 de febrero, Eisner fue despedido por una comitiva de 100.000 personas que entona El Canto de los Pueblos, una de las más celebres composiciones del difunto.
Aquel hermoso himno por la paz, escrito de la mano de alguien que ofreció de manera incondicional sus mejores años por el bienestar de la humanidad, finaliza con un verso que no sólo debe ser recordado, sino también puesto en práctica para así poder alcanzar ese sueño tan anhelado por Eisner y tantos otros: «¡Oh Mundo, sé feliz!».