Año Galdós
La capital ofrece por estas fechas distintas rutas con las que conocer el Madrid retratado por el autor.
Benito Pérez Galdós representa, junto a Miguel de Cervantes, la cima de la novelesca española desde que esta empezara a glosar la historia de nuestro país hace siglos.
Del mismo modo, se erige como uno de los más respetados representantes de la literatura europea realista, etiqueta que le permite codearse con otros grandes autores como Honoré de Balzac, Fiodor Dostoyevski o Gustav Flaubert.
Este 2020 tiene lugar el centenario de su muerte y los ciclos de conferencias, eventos conmemorativos y otros tipos de homenaje se encargan de rendir culto a este ingenioso canario con cuya prosa se ha educado a generaciones completas de escritores contemporáneos.
Nacido en 1843 en Las Palmas como fruto de la relación entre Sebastián Pérez, teniente-coronel del Ejército y de Dolores Galdós, su inquietud por las artes le vino desde bien niño, donde cultivó de manera profusa intereses como la música, el dibujo o aquello por lo que posteriormente sería conocido: la lectura y escritura.
A la edad de diecinueve años fijaría su residencia en Madrid y allí ejercería como redactor para distintos diarios a la par irrumpía en el panorama literario patrio.
Iniciaría su trayectoria con obras en las que aún podían percibirse cierto influjo romántico como La Fontana de Oro (1870) y La sombra (1871) para, posteriormente, sucederlas sus famosas novelas de tesis.
Doña Perfecta (1876) representa uno de los ejemplos más sonados de esta última categoría y en ella, Galdós trataría la cuestión de la nación española desde una óptica progresista en contraposición con las corrientes conservadoras –e incluso reaccionarias–encarnadas por el municipio de Orbajosa en el propio contexto de la narración.
Por aquel entonces trabajaría además en la publicación de la primera serie de Episodios Nacionales (1872-1912), integrada por 46 novelas donde se exponen los hechos más importantes de la España del siglo XIX.
Durante la siguiente década se zambulle en la corriente naturalista con títulos que tomarían a la ciudad de Madrid como punto de encuentro.
Fruto de ello es Fortunata y Jacinta (1887), su obra cumbre, donde el autor hace los mejores esfuerzos para construir un retrato del asfixiante clima de la capital, la hipocresía de las clases pudientes y el clericalismo vacuo.
En los años venideros se volcaría tanto en la dramaturgia como en la actividad parlamentaria como diputado en las cortes por la Conjunción Republicano-Socialista.
Su compromiso político le costó el Premio Nobel en 1912, pero esto no minó la pasión del literato, que moriría con las botas puestas y la conciencia tranquila 7 años más tarde, sabiendo de la gran deuda que nuestra historia había contraído con él y su obra al convertirse en uno de los escritores más importantes de todos los tiempos.