La vida después de un incendio.
Uno de los mayores enemigos del hombre, desde los comienzos de nuestra especie, ha sido el fuego. Ciudades destruidas, bosques arrasados y cientos de muertes al paso de las llamas es un mero resumen de la historia del fuego a lo largo de las civilizaciones.
Uno de los mayores enemigos del hombre, desde los comienzos de nuestra especie, ha sido el fuego. Ciudades destruidas, bosques arrasados y cientos de muertes al paso de las llamas es un mero resumen de la historia del fuego a lo largo de las civilizaciones.
La pasada madrugada del lunes nos volvió a tocar a todos los ceutíes de cerca. Un fuego inmensurable calcinó cerca de 50 hectáreas de monte, llevándose consigo un enclave de alto valor ecológico. Pero la vida no para, no cesa y nada la detiene.
Para estudiar qué ocurre con la vida tras un fuego aparece la ecología del fuego que estudia y explica cómo gestionar el terreno quemado. El bosque mediterráneo presenta unas cualidades que lo hacen idóneo para ser combustible de las llamas.
Si visitamos una zona quemada, poco tiempo después del incendio, podremos observar pequeñas plantas brotando desde el suelo. Estas primeras plantas en aparecer reciben el nombre de rebrotadoras y surgen a partir de yemas localizadas en las raíces u ocultas bajo el suelo. Algunas de las especies por excelencia son el madroño (Arbutus unedo) y la encina (Quercus ilex).
La naturaleza, una vez más, nos asombra y de este percance hace una buena oportunidad para germinar semillas. El aumento de la temperatura, e incluso algunas de las sustancias del humo, favorecen la germinación de semillas como el caso de la aliaga (Ulex parviflorus). Estas plantas reciben el nombre de reclutadoras.
Un incendio no tiene que implicar muerte. Es una oportunidad para aplicar medidas bioconservadoras que ayuden a restaurar el bosque ceutí al verdadero bosque mediterráneo que pertenece, dejando de lado pinos y eucaliptos foráneos.