La redención de Jorge Luis Borges en su último texto

El autor argentino pidió disculpas mediante un sensible alegato a un desertor cuya ejecución corrió a cargo de su abuelo a finales del s. XIX.

Desde principios de noviembre, la Fundación Internacional Jorge Luis Borges engrosa su ingente catálogo con un nuevo texto del autor argentino.


La alargada sombra de uno de los escritores prodigio de la literatura filosófica vuelve para ser protagonista de una peculiar historia que se remonta al lejano 1986.


A siete meses de su fallecimiento, Borges recibió noticias de una sentencia de muerte en la cual se encontraba estampada la firma de su abuelo paterno: el coronel y héroe de guerra Francisco Borges.


El documento en cuestión oficializaba el ajusticiamiento de Silvano Acosta, joven que desertaría de filas para unirse a las milicias montoneras capitaneadas por los caudillos regionales.


Semejante acto de traición no podía quedar impune y, frente a semejante afrenta, Borges abuelo no tuvo más alternativa decretar su ejecución.


No obstante y aun teniendo en gran estima la larga tradición militar de su familia, el autor del Aleph quedó conmovido al conocer el destino de ese muchacho, muerto tres décadas antes de su nacimiento.


Su destacada y consabida empatía pesó más que la ceguera que padecía desde los 55 años, y así dictó un hermoso alegato a su esposa, la artista y guardiana de su legado María Kodama.


«Lo interesante es la sensibilidad de sentirse culpable por algo que no ha hecho. Muestra una sensibilidad extraña», explicaba sobre aquella singular página la viuda del literato.


Kodama aprovechó el confinamiento por COVID-19 para poner orden en su inmenso archivo personal. Allí fue donde encontró aquella pequeña hoja en el que Borges rendía cuentas con su pasado y el de sus antecesores.


«Me sentí culpabilísima, porque estaba destinado a que la conociera todo el mundo y había quedado guardada. Estoy muy contenta. Cumplí con mi deber», concluyó la también escritora.


Mediante aquel pequeño fragmento, que reproducimos a continuación, Borges no sólo regaló al mundo sus últimas palabras, sino que también ofreció un acto de redención y reparación para la memoria del montonero.

Silvano Acosta:

Mi padre fue engendrado en la guarnición de Junín, a una o dos leguas del desierto, en el año de 1874. Yo fui engendrado en la estancia de San Francisco, en el departamento de Río Negro, en el Uruguay, en 1899. Desde el momento de nacer contraje una deuda, asaz misteriosa, con un desconocido que había muerto en la mañana de tal día de tal mes de 1871. Esa deuda me fue revelada hace poco, en un papel firmado por mi abuelo, que se vendió en subasta pública. Hoy quiero saldar esa deuda. Nada me costaría fantasear rasgos circunstanciales, pero lo que me ha tocado es lo tenue del hilo que me ata a un hombre sin cara, de quien nada sé salvo el nombre, casi anónimo ahora, y la perdida muerte.

Asesinado Urquiza, la montonera jordanista asedió a Paraná. Una mañana entraron a caballo en la plaza y dieron la vuelta golpeándose la boca y gritando algún sapucai para hacer burla de la tropa. No se les ocurrió apoderarse de la ciudad.

Para levantar el sitio, el gobierno envió al regimiento número dos de infantería de línea. Faltaban plazas y una leva recogió algunos vagos en las tabernas y en las casas malas del Bajo. Acosta fue apresado en esa redada, entonces común. Nada me costaría atribuirle una parroquia de Buenos Aires o un oficio determinado -peón de albañil o cuarteador- pero esa atribución haría de él un personaje literario y no el hombre que fue lo que fue. A la semana desertó del cuartel y se pasó a los montoneros. Tal vez pensó que la disciplina entre gauchos sería menos severa que en las filas de un ejército regular. Tal vez quería desquitarse de haber sido arrastrado a la guerra. Prosiguió la campaña y un Destacamento del Dos trajo prisioneros. Alguien reconoció al pobre Acosta. Era un desertor y un traidor. El coronel Francisco Borges, mi abuelo, firmó la sentencia de muerte con la buena caligrafía de la época. Cuatro tiradores la ejecutaron.

Yo nací treinta años después. Un vago sentimiento de culpa me ata a ese muerto. Sé que le debo una reparación, que no le llegará. Dicto esta inútil página el diecinueve de noviembre de 1985.