#EnmividaNO. Prevención de la violencia de género en el ámbito juvenil
Cada pocos días vemos en el telediario un asesinato de una mujer a manos de su pareja o expareja. Ya no nos sorprende. No pensamos que es la manifestación más extrema, y por ello es noticia, de una desigualdad que empieza en la infancia. Cada pequeño elemento a lo largo de su vida que no suponía una noticia, que ni siquiera ella o su familia consideraron relevante en su momento, fue sumando hasta desembocar en nuestra televisión a la hora de la comida.
Los espectadores pensamos ‘qué lástima’, ‘qué horror’ o ‘él está loco’, ‘ella tenía que haberse marchado o denunciado’. Nunca pensamos que todos contribuimos a que alguien llegue hasta ese extremo, porque la parte visible de la violencia de género son las violaciones, agresiones y asesinatos que vemos en los medios, pero la que no se ve, el resto del iceberg, es la que comienza en la niñez y normalizamos cada día.
La forma en la que (nos) hablamos, la manera de gestionar (o no) las emociones, los espacios que ocupamos (o no), las posturas que adoptamos, las películas, los cuentos, la publicidad, la música… Son los primeros elementos que empiezan a configurar el aprendizaje de un niño. Su idea del mundo, de la familia, del amor, del sexo, de lo que está bien y de lo que es normal. Cuando llegan a las primeras relaciones de pareja, los adolescentes exploran esas nuevas sensaciones desde los estereotipos sociales y de amor romántico que han percibido durante toda su vida. Sin una formación que les ayude a establecer lo que son las relaciones igualitarias y recíprocas, se limitan a reproducir los patrones socioculturales que les rodean. Por ello, la mayoría no sabe si está sufriendo o ejerciendo violencia de género, sencillamente porque solo la asocia a la mujer asesinada que sale en las noticias.
Normalizar la violencia de género
El ‘Estudio sobre percepción social de la violencia de género en la adolescencia y juventud’ (Miguel Luken, 2015) señala que, pese a que la juventud considera inaceptable la violencia física y sexual, una de cada tres personas jóvenes no identifica los comportamientos de control como violencia de género. Consideran aceptables o poco graves los insultos, la violencia psicológica o el control de horarios y ven la existencia de celos como algo normal.
‘La gran mayoría no se da cuenta del maltrato psicológico, que después puede llegar a ser físico. Suele empezar por la crítica, la intimidación, después el aislamiento y, poco a poco, puede llegar a la agresión física y sexual’ advierte Alfonso Cruzado, psicólogo del centro ceutí Ability. ‘Hay fases de falsa reconciliación y de chantaje emocional’, explica. El ‘si me quisieras...’ , ‘sin ti...’ alternan con la culpabilización, las faltas de respeto, el silencio y el menosprecio de cosas importantes para la otra persona.
Blanca Hernández Oliver, exdelegada del Gobierno para la Violencia de Género y letrada de las Cortes Generales, relata en un artículo que las víctimas, tanto jóvenes como mayores, ‘nunca se consideran a sí mismas como mujer maltratada’. El motivo es que normalizan la violencia que sufren ‘en parte por la propia supervivencia psicológica, en parte por la estrategia amor-odio del agresor y en parte también porque culturalmente hay formas de violencia de género que no se consideran tales’.
No permitir que la pareja estudie, controlar sus horarios, impedir que vea a sus amistades o a su familia, decirle las cosas que puede o no puede hacer, cómo debe vestir, enviar mensajes constantes por teléfono o email, exigir saber dónde y con quién está, provocar discusiones por cualquier motivo o burlarse de sus proyectos son situaciones de abuso que han sufrido el 38% de las mujeres de 16 a 24 años residentes en España. En las chicas de entre 16 y 17 años, el porcentaje aumenta a un 42,6%.
Estos comportamientos no son exclusivos del hombre hacia la mujer, pero los expertos explican que los pasos graduales que llevan a las situaciones más graves suelen parar en el caso de los chicos a partir de cierto punto de la escalada. Ellos abandonan la relación antes porque no están igual de condicionados que ellas a renunciar por los demás y sacrificarse por la idea de amor romántico que, especialmente en la adolescencia, tiende a confundir amor con dependencia, aguante y posesión.
El amor romántico y los celos
La violencia de género en la adolescencia se relaciona estrechamente con los mitos del amor romántico, que configuran la idea de ‘amor verdadero’. A través del cine, la publicidad, la literatura o la música se transmite la creencia de que existe el amor a primera vista, un amor ideal y perfecto, en el que la persona amada es la única posible y que ese amor solo puede tener un final feliz. Abundan las frases como ‘te amaré siempre’, ‘por ti daría la vida’, ‘sin ti me muero’, ‘el amor lo puede todo’ o ‘hacer de todo por amor’. Esas idealizaciones del amor romántico hacen que sea muy difícil reconocer que alguien a quien quieren les está haciendo daño.
Entre los muchos mitos relacionados con el amor romántico se encuentra la creencia de que el amor es posesión y exclusividad y que los celos manifiestan el verdadero amor. Así, los celos se convierten en el detonante del acoso, la manipulación y el control de la pareja. Aunque al principio de la relación parecen muestras de amor e interés, la inseguridad que subyace deriva hacia un mecanismo de control sobre la pareja y pueden convertirse en una justificación para ejercer violencia. Si las actitudes se normalizan, ella justifica los celos porque él haya tenido experiencias previas de infidelidades, porque se sienta inseguro ante un exnovio de ella, etcétera. Además, también los minimiza argumentado que ella también es celosa y que es natural sentir celos en una relación de pareja, una idea que más del 70% de los jóvenes han oído en alguna ocasión.
¿Conozco a alguien en una relación tóxica?
‘La Guía de la Comunidad de Aragón sobre la Igualdad y Prevención de la Violencia de Género en Adolescentes y Jóvenes’ da algunas sugerencias sobre cómo reconocer los afectos tóxicos. Son actitudes que, simulando ser muestras de cariño y preocupación por la pareja, enmascaran comportamientos inadecuados y autoritarios. Sin una formación adecuada, los adolescentes pueden ver como normales e incorporar gradualmente a la relación actitudes y conductas que tienen más que ver con el control y el dominio que con el amor y el respeto.
En las primeras relaciones la pareja está descubriendo cómo interactuar, pero una relación tóxica se manifiesta en el aislamiento respecto a la familia, los amigos y el entorno escolar y de ocio en general. Él quiere que lo hagan todo juntos y no quiere que salgan cada uno por separado. Lo justifica diciendo que ‘la quiere tanto que no puede estar sin ella’ y limita sus actividades de ocio y estudio porque ‘necesita verla a diario’. Cuestiona a sus amistades y a su familia, encontrando defectos y diciendo que no la conocen bien, y lo justifica diciendo que ‘ellos no saben lo increíble que es’.
Cuando no están juntos, necesita saber constantemente dónde está y con quién y le pide que le envíe la ubicación y fotos para ver lo que hace porque ‘se preocupa por ella’. Con esta misma justificación le pide que elimine fotos de las redes donde sale con otras personas o viste de una determinada manera para ‘evitar que otros piensen mal de ella’ o que elimine amigos o conocidos de las redes porque ‘seguro que quieren algo con ella’. Para demostrar que ‘no hay secretos entre ellos’ le pide las contraseñas de sus redes sociales y de su móvil y revisa sus mensajes y sus emails.
El psicólogo Alfonso Cruzado señala el chantaje emocional como herramienta de manipulación. Él la convence de que ‘sería capaz de cualquier cosa’ si lo dejara, de que ‘si lo quisiera lo haría…’. Se muestra susceptible y reacciona exageradamente por cualquier motivo, culpabilizando a la víctima de ello. Aparece sin ser invitado, la acusa de provocar a otros chicos, se ríe de su comportamiento y la castiga con su desprecio, su enfado o su indiferencia.
La justificación permanente
Si no abandona la relación a tiempo, ella tiende a justificar los comportamientos y a asumir un rol pasivo con el fin de evitar conflictos. Se aleja de sus amigos porque ‘las cosas que hacen ya la aburren’ o ‘como no tienen pareja no entienden lo que significa el compromiso’. Deja sus actividades alegando que ya no está a gusto o que le quitan tiempo para estudiar. Se aleja de su familia porque ‘la tratan como a una niña pequeña’ o considera que ‘no lo conocen, así que no tienen derecho a opinar sobre la relación’.
Las críticas y menosprecios acaban socavando su autoestima y convenciéndola de que ella es una persona difícil y de que tiene suerte de haberle encontrado, porque él la quiere y la entiende a pesar de todo. El sentido de culpabilidad hace que se sienta responsable de los problemas de la relación y que las reacciones violentas se justifiquen siempre por alguna circunstancia puntual (‘está nervioso por los exámenes’, ‘no le avisé de que iba a salir’).
La Guía de la Comunidad de Aragón advierte también del comportamiento sexual que la víctima llega a asumir, pensando que ‘chicos y chicas tienen necesidades sexuales muy diferentes, por lo que es normal que su pareja siempre tenga ganas y ella no, pero que mantiene relaciones sexuales aunque no le apetezca porque lo quiere, o porque piensa que él la puede dejar por otra chica’.
La renuncia a las distintas facetas de su vida y personalidad provocan el agotamiento y la decepción, llegando a producir consecuencias físicas a las que ella resta importancia o atribuye a problemas pasajeros. Por eso, con frecuencia no es la joven que sufre el maltrato, sino las personas de su entorno quienes identifican las señales de alarma.
Alfonso Cruzado afirma que se puede ‘detectar al principio por los cambios de ánimo’. Señala que la intervención va en función de la gravedad del caso, pero que ‘lo primero es hablar con ella. Hay que permitir que nos cuente lo que pasa y darle confianza y apoyo. Debemos hacerle entender que no la vamos a juzgar y que la vamos a creer’. Una vez que se conoce la situación, Cruzado indica que hay que actuar en función del tipo de violencia. ‘Si es violencia física, se denuncia. Si es otro tipo más sutil, hay que hablar con ella, con la pareja y con la familia de la pareja, porque muchas veces ese tipo de abuso se puede llegar a prevenir y controlar hablando con ambas partes’.
Nuevas formas de abuso: el ciberacoso y el ‘sexting’
El psicólogo ceutí destaca también que las nuevas tecnologías ‘han abierto un nuevo escenario en el que los celos, sobre todo, toman un papel primordial’. Redes como Facebook, Instagram o Tik Tok constituyen una auténtica prolongación de la persona, y el acoso virtual se ha convertido en uno de los medios más utilizados para ejercer violencia de género.
Controlar la ubicación, criticar cualquier ‘like’ que se da, revisar las fotos que se suben a las redes y el status que se publica dan paso a pedir o robar las contraseñas, crear perfiles falsos para vigilar e interactuar sin que ella lo sepa, difundir fotografías sin consentimiento, revelar detalles íntimos y localizar direcciones para el acoso físico.
El monográfico aragonés sobre igualdad especifica que el ciberacoso permite al maltratador ‘mantener el contacto con una persona cuando esta no quiere, aprovechándose de que en Internet no existe una forma unidireccional de cerrar los canales de comunicación, para difamarla, extorsionarla o ridiculizarla’, con frecuencia desde el anonimato.
La Guía resalta que el ‘sexting’ o el envío de fotos íntimas de contenido erótico es una de las formas de ciberacoso que las chicas acusan más debido a ‘los estereotipos de género, al morbo que despierta su cuerpo y a la desigual valoración social del comportamiento de las mujeres en comparación al de los hombres’.
Los micromachismos y los roles de género
¿Por qué las mujeres y los hombres del siglo XXI siguen reproduciendo estos patrones? La diferenciación sexual basada en estereotipos y roles no es innata. Es una construcción cultural que aprendemos a través del proceso de socioeducación. La normalización de conductas sexistas empieza con los micromachismos integrados en el día a día. Son gestos, frases y comportamientos que consideramos normales. Pasan inadvertidos, muchas veces disfrazados de cortesía o de generosidad y están perfectamente legitimados en nuestra sociedad.
‘Las mujeres aprenden desde pequeñas roles culturales de la feminidad tradicional que fomentan el cuidar, gustar y satisfacer a las personas queridas, hasta el punto de sentirse responsables del bienestar o malestar de su entorno y de ellas mismas’ expresa el psicólogo Luis Bonino, primer experto en acuñar el término micromachismo. Igualmente, los hombres interiorizan los roles asociados a la masculinidad y virilidad, condicionándolos a ser fuertes, valientes, agresivos y a renunciar a todo un espectro de emociones consideradas despectivamente como femeninas y, por lo tanto, inferiores y vergonzosas.
Los micromachismos son tan banales si se ven de forma individual que resulta muy difícil percatarse de la gravedad y el efecto perverso que tienen para la autonomía de las mujeres y la igualdad. Si le preguntamos a un niño, ¿quién hace la compra en casa?, ¿quién decide el programa de la tele?, ¿quién se queda contigo si estás enfermo? Si observamos el patio del colegio, ¿quién suele estar el centro y quién en los bordes? Si el piropo y la mirada lasciva son un halago, ¿por qué no se suelen hacer cuando la chica va acompañada de su pareja?
Una revista recomienda a una joven maquillarse o arreglarse ‘para sentirse más segura de sí misma’. Una amiga dice que se debe aguantar un determinado comportamiento de la pareja, porque ‘todos los hombres son iguales’. La película de la semana muestra a una protagonista finalmente feliz y realizada tras conseguir encontrar al ‘amor de su vida’. La publicidad de productos contra el sobrepeso o las imperfecciones en la piel se dirigen al público femenino, porque son quienes deben corregir esas dolencias. Un novio dice que no entiende los programas de la lavadora, pero puede aprender a pilotar un dron en menos de 20 minutos. Una pareja se reparte las tareas domésticas: él saca la basura (dos veces por semana) y ella cocina (todos los días). Un padre ‘se queda de niñera’ porque su esposa está ocupada ese día. Una mujer se queja de una conducta irrespetuosa pero le dicen que mientras no pase ‘algo más importante’ no se puede hacer nada.
Los micromachismos coartan el poder personal o interpersonal las mujeres, que se ven expuestas a la invasión de su cuerpo, su tiempo y su espacio. No son algo exclusivo de los hombres hacia las mujeres ni se limitan a una edad o clase social. Son un lenguaje común, en particular en el mundo de la publicidad. Imponen modelos arbitrarios e inalcanzables de feminidad y masculinidad, justificando que el hombre ejerza el papel de protector, incluso a través de la violencia o la agresividad. Así, se deteriora la autoestima y autonomía de las jóvenes, mientras se reafirma la superioridad masculina y su desinterés por las necesidades de la mujer.
Esto da lugar a que jóvenes que en su vida diaria mantienen relaciones sociales igualitarias y rechazan la violencia de cualquier tipo puedan cambiar su conducta al formar una pareja sin llegar a darse cuenta. Para dotar a los jóvenes de herramientas que los ayuden a combatir estos comportamientos es necesario primero tomar consciencia de los mandatos de género aprendidos y cuestionarlos, para evitar transmitirlos en cualquiera de nuestros actos cotidianos.
El sexismo se aprende. La igualdad también.
Nuria Varela, escritora y profesora experta en feminismo y violencia de género, asegura que ‘la única medicina preventiva para evitar la violencia es la igualdad’. La prevención del sexismo y la violencia de género debe hacerse desde el inicio de la socialización para que sea efectiva. Debe estar integrada en el currículo académico durante toda la vida escolar. Sin embargo, la educación en materia afectivo-sexual, el aprendizaje de un uso inclusivo del lenguaje y de referentes igualitarios sigue siendo un asignatura pendiente. Esto es preocupante si pensamos que en 2017 la revista ‘Science’ publicó un estudio de las universidades de Nueva York, Illinois y Princeton que indicaban que ‘a partir de los 6 años las niñas se perciben menos inteligentes que sus compañeros niños’.
Alfonso Cruzado también señala el papel fundamental de la educación y la prevención. ‘La intervención ya es cuando el hecho ha pasado. Hay que trabajar en la prevención del sexismo a través de la coeducación’, desarrollando el potencial del alumnado independientemente del sexo al que pertenezca. Los colegios e institutos son el lugar para trabajar porque señala que ‘los padres actuamos hasta donde podemos, pero no conocemos el 100% del entorno de nuestros hijos’. ‘Además’, explica, ‘en las casas hay un pequeño tabú a la hora de hablar de relacionas personales con los adolescentes, por lo que funcionan por imitación’. Para ello es importante que la familia ‘plasme en el día a día valores de igualdad que eviten generar un rol dominante’.
Asimismo, para Cruzado es necesario visibilizar el problema porque ‘falta información y pasa más de lo que nos creemos’. ‘Los jóvenes dan por hecho que las conductas de control en las redes y los celos son normales. Normalizan estas cosas cuando no lo son’. En los cursos y programas sobre igualdad que realiza en los institutos, Cruzado enseña que ‘la violencia no es solo el bofetón. Hay distintos niveles y un abanico de posibilidades muy amplio. Tampoco es un trastorno mental ni es una patología. El abuso se hace por ejercer un rol dominante, por el poder y por creer ser superior por género’.
El futuro pasa por reforzar los comportamientos afectivos igualitarios desde la infancia, mostrando a los niños que ser amigables, respetuosos y tratar bien a niños y niñas por igual no es un modelo de masculinidad alternativa, sino la normalidad. ‘Muchas veces este tipo de niños quedan en un segundo plano en favor de otros chicos que representan modelos más tradicionales. Valorar a estos niños y hacer que el resto de menores los aprecien también puede ir a favor de amistades y futuras relaciones mucho más positivas’, propone Tatiana Íñiguez Berrozpe, profesora de Sociología en la Facultad de Educación de la Universidad de Zaragoza.
Por eso es esencial proporcionar a los niños nuevos referentes igualitarios y educación afectiva. Hay que educar para descargar la rabia de forma no violenta, aceptar la tristeza y el miedo sin temor al ridículo. Hay que enseñar a afrontar la ruptura, a redireccionar la frustración o la cólera y a poner límites y respetar la intimidad. Cuanto antes los jóvenes sepan reconocer un abuso, menor incidencia tendrá la violencia en la edad adulta y en toda la sociedad.
La igualdad también es para los hombres
Para conseguir que todas las personas sean consideradas y se relacionen como iguales, la lucha contra los estereotipos y la violencia de género debe incluir a todos los sexos. Ningún cambio social alcanzará su objetivo si la mitad de la población no participa.
En un panorama con tantas mujeres asesinadas, Miguel Lorente, médico forense y profesor de la Universidad de Granada, cree que la implicación de los hombres es insuficiente. ‘No tiene sentido que no haya una avalancha de hombres pidiendo información u ofreciéndose a ayudar. Es preocupante esa falta de compromiso, sobre todo porque sí se ve a muchos hombres en redes o tertulias con un discurso postmachista’, destaca. ‘Lanzan argumentos del tipo ‘hay muchas denuncias falsas’, ‘las mujeres también matan’ o ‘los hombres estamos desprotegidos’, buscando una banalización de la violencia de género para generar confusión y que las cosas queden como están.
Llorente afirma que hay muchos hombres que quedan ‘difuminados’ buscando el equilibrio entre manifestarse y no apropiarse de la lucha de las mujeres por la igualdad. La igualdad, sin embargo, es una forma de entender la sociedad que permite a los hombres liberarse de los roles de género que también les afectan a ellos, y a todas las personas ser más libres con independencia de sexo, género u orientación sexual. Si fracasamos a la hora de implicar a toda la sociedad, las jóvenes de hoy seguirán engrosando la cifra de mujeres que saldrán mañana en el telediario.
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Psicólogo general sanitario: Alfonso Cruzado.
Imagen de campaña (actriz): Isabel Jerez.
Actor: Fran Guerra.