El castellano y su origen
Corría el año 1911 cuando el joven historiador Manuel Gómez-Moreno –uno de los principales artífices del proceso de institucionalización de la arqueología en nuestro país– se encontraba llevando a cabo una serie de investigaciones en el monasterio riojano de San Millán de la Cogolla. Entre los miles de documentos y libros que inspeccionó de entre los archivos del claustro, encontró algo que llamó poderosamente su atención: Se trataba de un antiguo códice latino que, a simple vista, no mostraba ningún tipo de particularidad. No obstante, pronto prestó atención a los márgenes del viejo manuscrito, y allí reparó en la presencia de unas pequeñas inscripciones ajenas en forma y contenido al propio tema del texto principal. Su creciente curiosidad le llevó a reproducir de manera íntegra aquellas anotaciones y enviarlas a Ramón Menéndez Pidal, amigo íntimo suyo y uno de los filólogos más importantes que ha dado la España contemporánea.
El erudito las estudiaría concienzudamente hasta llegar a la conclusión de que aquel pequeño texto, en un principio sin importancia, se trataba ni más ni menos que de la primera manifestación del castellano. Bajo esa lustrosa etiqueta presentó a las ya bautizadas glosas emilianenses –llamadas así por haber sido halladas en la abadía de San Millán– en su famosa obra Orígenes del español (1926). Estudios posteriores dataron cronológicamente aquellos comentarios, situándolos entre finales del siglo X y principios del XI. Su autoría se atribuye a un monje del convento riojano, que realizó unos pequeños apuntes en los bordes de aquel escrito para poder orientarse mejor a través de este. El extracto más largo de las glosas corresponde a una doxología, pequeñas oración dedicadas a ensalzar la grandeza de Dios. A saber: «Con la mediación de nuestro Señor, don Cristo, don Salvador, que comparte el honor y la jerarquía con el Padre y con el Espíritu Santo por los siglos de los siglos, Dios omnipotente nos haga servir de tal manera que nos encontremos felices en su presencia. Amén».
Estas breves y hermosas palabras recogen así el nacimiento de una lengua que hoy hablan casi 600 millones de personas y en la que se ha escrito parte de la más hermosa literatura de la historia universal.