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¿Por qué se celebra el Día del Trabajador?

Fue durante el Congreso Internacional Obrero, reunido en París en 1889, que se proclamó el 1 de mayo como el Día del Trabajador en honor a los mártires de Chicago.

Año tras año, el 1 de mayo ha sido el día por excelencia en lo que concierne a la reivindicación del dilatado legado histórico que atesoran para sí los trabajadores de todas partes del mundo.


Como consecuencia del paro y confinamiento desencadenado por la epidemia de COVID-19, la efeméride no ha podido conmemorarse del mismo modo que ha venido haciéndose estos últimos años.


Aún con ello, la epidemia no ha supuesto un impedimento real para que las distintas agrupaciones sindicales y partidos políticos de nuestro país ensalcen a su modo las grandes conquistas que el movimiento obrero ha obtenido en su infatigable lucha por la consecución de un mundo más justo.


Precisamente, los orígenes de tan señalada fecha y la concepción contemporánea del Día del Trabajador se remonta a uno de estos trágicos pero memorables episodios: la obtención de la jornada laboral de 8 horas en EEUU.


Corría el año 1873 cuando se produce la crisis económica provocada por la quiebra del banco norteamericano Jay Cooke and Company, cuyos efectos no tardaron en hacerse notar por todo el globo.


En tamaña situación de precariedad, la creciente demanda popular de una limitación de la jornada laboral –que por entonces rondaban entre las 14 y las 16 horas– se canalizó a través de los Caballeros del Trabajo, una de las organizaciones sindicales más antiguas de los Estados Unidos.


La consecución de dicho objetivo fue de la mano de una estricta disciplina, tesón enardecido y de la huelga general como principal instrumento de lucha.


No obstante y, aún con todo el esfuerzo depositado en la causa, la represión ejercida parte de la guardia nacional norteamericana contribuyó a las sucesivas derrotas de este fenómeno emancipador, quedando así para la posteridad hechos como la malograda concentración de trabajadores de Pittsburgh en 1877.


Al calor de estos fracasos y las crecientes penurias nació la Federación Sindical del Trabajo, que promovería la unidad de acción de los obreros en pos de unas mejores condiciones de vida para las clases más desfavorecidas.


Coordinando en torno a este propósito a empleados de muy distintas sensibilidades, se desataría el 1 de mayo de 1886 en Chicago una de las protestas modernas más importantes que se recuerdan.

 

Los mítines, conferencias y piquetes se sucedieron en los días subsiguientes a pesar del desempeño de quienes pretendían reprimir las concentraciones a cualquier precio.


En una de aquellas ocasiones, en mitad de la muchedumbre pacífica que marchaba en señal de rebeldía, un anónimo cuya identidad aún sigue siendo un misterio lanzó una bomba contra fuerzas policiales, costándole la vida a 8 agentes y a 4 trabajadores.


La desmedida violencia ejercida por parte de la administración norteamericana contra los trabajadores en respuesta a este hecho provocó que algunos de los líderes y dirigentes obreros más importantes de entonces fueran sometidos a juicios sesgados y malintencionados con el único fin de emitir sentencias condenatorias.


A este grupo se le conocería posteriormente como los mártires de Chicago y fue gracias a su sacrificio –pagado con cárcel en algunos casos cuando no con sus propias vidas– que con el tiempo, la aplicación de la jornada de 8 horas se hizo efectiva en territorio norteamericano.